Paracleto – Juan 15:18-27

Meditación sobre Juan 15:18-27 por el A.I. Saulo Murguia A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

Juan 15:18-27

18 Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.
19 Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
20 Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.
21 Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.
22 Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.
23 El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece.
24 Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.
25 Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron.
26 Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí.
27 Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.
El Consolador

En el griego se usa la palabra paracleto.
Esta palabra aparece 5 veces en el Nuevo Testamento, todas en los escritos de Juan. Cuatro casos están en el Evangelio y uno en la Primera Epístola (1 Juan 2: 1 «abogado tenemos»)
«Paracleto» es simplemente la palabra griega transferida al español. La traducción de la palabra en las versiones en español de la Biblia es «Consolador» en el Evangelio y «Abogado» en la Epístola.
La palabra griega es παρακλητος (parakletos), el verbo es παρακαληω (parakaleo).
La palabra «Paracleto» tiene una forma pasiva y etimológicamente significa «llamado a nuestro lado».

Aplicar la redención comprada por Cristo a nosotros es obra del Espíritu Santo, pero esta aplicación tiene varias facetas.

Hemos visto que Él es el lleva a cabo la regeneración, es decir, cambia nuestros corazones en el nuevo nacimiento para que podamos creer en Jesús (Juan 3: 1–8).

También convence al mundo acerca del pecado y la justicia, revelando las tinieblas de nuestro corazón y señalándonos la seguridad del perdón en Cristo (16: 7-11).

El Espíritu ilumina la Palabra de Dios para llevarnos a la fe y estimular nuestro crecimiento hacia la madurez cristiana (1 Cor. 2: 11-12).

Y Él es quien lleva a cabo la santificación, a través de su Espíritu, conformándonos cada vez más a la imagen de nuestro Salvador a lo largo de nuestra vida (1 Pedro 1: 1–2).

Dios usa las pruebas para santificarnos (Santiago 1: 2-4), y el pasaje de hoy nos da una idea de cómo lo hace.

Juan 14-17 registra la enseñanza final que Jesús dio a sus discípulos justo antes de su crucifixión.
Durante éste último discurso en el Aposento Alto, el Señor Jesús, recordó a sus discípulos que iban a enfrentar odio y la persecución del mundo debido a su fidelidad a Él (15: 18–25).

Sin embargo, asegura a sus discípulos que no se quedarían indefensos en esos momentos, y promete enviar al Consolador, el Espíritu de verdad, del Padre para estar con ellos y dar testimonio de Él (vv. 26-27).

Cuando nos enfrentamos al reto de rendirnos o comprometer la fe, el Espíritu Santo está con nosotros para fortalecernos en la verdad, para presentar un testimonio convincente de la verdad del Evangelio en nuestro corazón y nuestra mente, y para capacitarnos para permanecer firmes en la fe.

El Espíritu nos santifica en nuestras pruebas al confirmarnos en el conocimiento de Su verdad y darnos lo que necesitamos para presentárselo a los demás.

Esto se confirma en el título Paracleto, que se le da al Espíritu.

En el pasaje de hoy se traduce como «Consolador». Otras versiones lo traducen como «Abogado defensor» (NTV). Para ser más precisos, el Espíritu Santo es «otro Consolador» (Juan 14:16: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre).

El primer Consolador es Jesús mismo

Él es el primer Paracleto, ya que esa es la palabra traducida como «abogado» en 1 Juan 2:1.

En el primer siglo, un paracleto era como un abogado de hoy en día; se unía a las personas para ayudarlas y defenderlas de sus acusadores o agresores.

Jesús es nuestro Abogado o Paracleto ante el Padre, quien aboga por nuestra justicia en Él asegurada por Su sangre.

El Espíritu Santo es nuestro Abogado, Consolador o Paracleto ante el mundo, quien viene a nuestro lado para darnos fuerza y ​​valor cuando debemos defender a Jesús en medio de un mundo hostil evangelio y al creyente.

Cuando usamos la palabra consolador en nuestro contexto actual, nos referimos a alguien que viene a enjugar nuestras lágrimas y consolarnos. Si bien el Espíritu realiza esta obra, no es eso lo que queremos decir cuando lo llamamos nuestro Consolador en este pasaje.

Porque, como hemos visto hoy, el Espíritu Santo no es simplemente un hombro sobre el que podemos llorar, sino que es el sustentador de nuestra fe y y nos da valor en los tiempos más difíciles.

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