La tercera bienaventuranza del Sermón del Monte, «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad», nos enseña que la mansedumbre es una virtud profunda que se manifiesta en humildad y dominio propio, y es fruto del Espíritu Santo. Contrario a las expectativas materialistas y militaristas de los judíos de la época, Jesús propone que los mansos, no los fuertes o dominantes, serán los verdaderos herederos de la tierra. Esta promesa implica un derecho espiritual y escatológico para los ciudadanos del Reino, quienes, junto con Cristo, recibirán la nueva tierra y reinarán con Él. La mansedumbre, ejemplificada por Jesús, nos invita a vivir confiando en Dios, sin orgullo ni resentimiento, y a esperar pacientemente la recompensa eterna.
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