Ríos de agua viva – Juan 7:37-39

Meditación sobre Juan 7:37-39 por el A.I. Saulo Murguía A.
Iglesia Nacional Presbiteriana Berith
Cd. de México

Transcripción…

No cabe duda de que la imagen que aquí presenta el señor Jesus es muy bella e inspiradora.

Creo que a todos nos gustaría que nuestro corazón fuera como un manantial que se desborda formando en ríos de agua viva.
La expresión parece implicar plenitud y satisfacción desbordante.
Implica frescura refrescante. Implica crecimiento y vida.

Pero Jesús no es simplemente un poeta que evoca emociones mediante imágenes. Él es eso, pero mucho más.

Estas palabras se refieren a algo real.

Las palabras no están destinadas a hacernos sentir bien por su belleza y las emociones que provocan.
Mas bien, esas palabras, tienen la intención de ponernos en contacto con algo fuerte y poderoso que vive fuera de nosotros.

Y no es una mera imagen; es tan real hoy como lo era entonces, tan real y personal como la persona que está a tu lado en el banco.

Pero, al pensar en este texto, podemos hablar de nuestra experiencia, pero será en vano si no nos lleva a Jesús.

La fiesta que se menciona en el versículo 37, es la fiesta judía de los tabernáculos o sukkot.

La palabra hebrea sukkōt es el plural de sukkah, «tabernáculo» o «cabaña», que es una estructura con muros improvisados cubiertos con s’jaj (material vegetal, como hojas de palma). Una sukkah, una vivienda temporal en la que los agricultores vivirían durante la cosecha, un hecho relacionado con la importancia agrícola de la festividad que destaca el Libro del Éxodo. Y en Levítico, vemos que es una reminiscencia de la frágiles viviendas en las que los israelitas habitaron durante sus 40 años de peregrinar por el desierto después de la esclavitud en Egipto.

Durante la Fiesta de los Tabernáculos en la Biblia, se llevaban a cabo dos ceremonias importantes. El pueblo hebreo llevaba antorchas alrededor del templo, iluminando un candelabro brillante a lo largo de las paredes del templo para demostrar que el Mesías sería una luz para los gentiles. Además, el sacerdote sacaba agua del estanque de Siloé y la llevaba al templo donde la vertían en un recipiente de plata junto al altar.

El sacerdote pedía a Dios que les proporcionara agua celestial en forma de lluvia para una buena cosecha.

Los Evangelios registran que nuestro Señor Jesús no sólo celebró la fiesta, sino que tomó los elementos tradicionales de la celebración y los aplicó a su propia vida y misión.

Para entender la enseñanza de Jesús aquí, necesitamos un poco de los antecedentes de Levítico 23. Allí, Moisés instruyó al pueblo que el primer día y el octavo día de la fiesta debían ser días especiales de descanso. Separados de los demás, pero el séptimo día era conocido como Hoshana Rabba: «El Gran Día». El pueblo de Israel desarrolló tradiciones especiales para marcar este día especial.

La más espectacular de ellas fue la ceremonia de agua.

Imagínese todo un desfile de adoradores y flautistas llevados por el sacerdote al estanque de Siloé (donde Jesús le dijo al ciego que lavara sus ojos después de ponerles lodo). El sacerdote tenía dos jarras de oro. Una era para el vino. La otra se llanaba con agua del estanque de Siloé.

Inmediatamente después recitaban el Hallel, Salmos 113 al 118 inclusive.

Se cantaba antifonalmente acompañado por la flauta. Repetían el último versículo del Salmo 118 y agitaban sus palmas (en la mano derecha).

Regresaba entonces al Templo a través de la Puerta del Agua. Una trompeta sonaba cuando el sacerdote entraba en el área del Templo. Se acercaba al altar donde le esperaban dos recipientes de plata. Vertía vino en uno de ellos como ofrenda al Señor y agua del estanque de Siloé en el otro.

Juan 7:37 dice que en el último día, el gran día de la fiesta, sucedió algo especial.

Estas ceremonias estaban llenas de un poderoso significado bíblico.
Después de la ceremonia del agua y leer Hallel, probablemente Jesús declaró estos versículos abiertamente a la gente que se había reunido ahí.
Tuvieron que ir al estanque de Siloé para obtener el agua, pero el recipiente que estaba sobre el altar significaba que era un símbolo de venir del cielo. Jesús estaba afirmando ser la fuente real del agua de vida.

Dios ordenó las fiestas anuales para que su pueblo recordara las grandes cosas que había hecho por ellos cuando los liberó de la esclavitud en Egipto.
Esta fiesta le recordaba al pueblo lo que había pasado en su travesía por el desierto y cómo Dios suplió de manera milagrosa todas sus necesidades.

Una de las necesidades que Dios había suplido era agua. En Éxodo 17, Moisés nos cuenta cómo el pueblo, poco después de haber escapado de Egipto, se trasladó al sur desde el desierto de Sin y acampó en Refidim. Allí no había agua y, por lo tanto, en lugar de confiar en Dios que había partido el mar para ellos, «el pueblo tenía sed de agua y murmuraba contra Moisés» (17:3). Entonces Moisés clamó al Señor, y Dios hizo que saliera agua de una roca.

Ahora, en el último gran día de la fiesta de los tabernáculoe, Jesús se pone de pie y dice: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.».

Aquí podemos ver -como en todo el evangelio de Juan- que Jesús hablaba de sí mismo como el cumplimiento de las fiestas judías.

Todo en el Antiguo Testamento había apuntado hacia un tiempo de cumplimiento. Jesús es ese cumplimiento.

Solo algunos ejemplos del evangelio de Juan: el tabernáculo en el desierto y el templo después de eso eran los lugares donde la gente se encontraba y adoraba a Dios.

Juan muestra a Jesús ahora como un reemplazo y cumplimiento de ambos. Juan 1:14, «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros». La Palabra de Dios hecha carne.

Y en 2:19 Jesús dice, refiriéndose a su propio cuerpo, pero también aludiendo al templo de Jerusalén, «Destruye este templo, y en tres días lo levantaré». Ya no nos encontramos con Dios en el tabernáculo o en el templo. Lo encontramos en Jesús.

Otro ejemplo de cómo Jesús cumple el Antiguo Testamento es Juan 3:14,
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,
15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Cualquier salud, esperanza y salvación que se ofrecía en el Antiguo Testamento a través de ceremonias, símbolos y sacrificios, ahora se ofrece a través de la muerte de Jesucristo. Todos mostraban lo que estaba por venir.

Así que cuando escuchamos a Jesús clamar en la fiesta de los tabernáculos: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba», entendemos que quiere decir: «Si tienes sed de Dios, si anhelas el consuelo de Dios».

En Jesús se resume todo el pasado, y en él ha llegado la esperanza del futuro. «Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba».
Jesús domina toda la historia, resumiendo en sí mismo toda la gracia y el poder de Dios manifestados en épocas anteriores, y encarnando en el presente la esperanza de la gloria futura. Toda la historia existe por Jesús; Dios le da forma a todo para su gloria.

Ahora quizás estemos listos para escuchar las palabras de Jesús cuando nos llegan: «Si alguno tiene sed, venga». La invitación es universal y, sin embargo, condicional.
Solo hay una única condición: tienes que tener sed.

¿Qué significa ahora venir a beber? «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba».

Jesús no está con nosotros de forma visible o tangible.
Por lo tanto, no podemos ir a él físicamente. Venir a Jesús debe ser un acto del corazón.

Lo que Jesús quiere decir con beber es lo mismo que quiere decir con creer o confiar.
Después de decir: «Ven a mí y bebe», en el versículo 37, inmediatamente dice: «El que cree en mí». Pudo haber dicho: «El que bebe de mí».
La evidencia más clara de esto se encuentra en Juan 6:35, donde Jesús dice: «El que cree en mí, no tendrá sed jamás». Por tanto, la esencia de beber la Palabra de Jesús es confiar en ella.

Todo comienza con un alma sedienta de Jesús y tomar sus promesas por fe.

Entonces suceden dos cosas en nuestro corazón: primero, sentimos profundamente que ahora hemos descubierto la fuente del gozo completo y duradero, y nuestro corazón anhela conocer más y más de Cristo a través de su Palabra; y segundo, lo que ya sabemos, el agua que hemos bebido hasta ahora (para usar las palabras de Juan 4:14) «mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.»

Cuando bebemos de esa agua viva, no tendremos sed jamás, pero eso no termina ahí, ahora esa agua fluirá de nosotros como una manantial que forma un rio.

Calvino (Comentarios de Calvino, págs. 308-309), dice:

… Un ideal que ninguno de nosotros puede poseer perfectamente en la vida presente debido al pecado que mora en nosotros y debido a las diferentes medidas de fe. Pero es un ideal en el que podemos progresar mientras caminamos con el Señor. Realmente podemos experimentar una plenitud constante de gozo en Él que fluye de nosotros a los demás. Por tanto, debemos tener esperanza, porque el que inició en nosotros la buena obra de salvación, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (Fil. 1: 6). Pero tenemos que seguir adelante hacia la meta (Fil. 3: 12-16). Aquí está la promesa de Jesús para todos:
Jesucristo bendice a todos los que creen en Él con ríos del agua viva de Su Espíritu para que podamos ser bendición para a otros.Juan Calvino
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