Sociedad Femenil Lidia – 25 marzo, 2020

Páginas 45 a 49 «El Libro de Oro de la Verdadera Vida Cristiana» Juan Calvino

TERCERA LECCIÓN

PACIENTES Y LLEVADO LA CRUZ

LLEVAR LA CRUZ ES MÁS DIFICIL QUE NEGARSE A SÍ MISMO.

1. El cristiano fiel ha de elevarse a un nivel superior donde Cristo llama a cada discípulo suyo a “tomar su cruz”. Todos aquellos a quienes el Señor ha escogido y ha recibido en la de sus santos, deben prepararse para una vida dura, difícil, laboriosa y llena de incontables penas. Es la voluntad de nuestro Padre celestial permitir que sus hijos pasen por todas estas vicisitudes, para así poder probarles. De esta forma ocurrió con el Señor Jesucristo. Su primogénito, y también así seguirá siendo con todos nosotros sus hijos. Si bien Cristo fue su hijo bien amado, en quien el Padre tenía contentamiento, no vivió sin pruebas ni tristezas, sino que fue afligido en gran manera. Toda su vida fue una cruz perpetua.

2. El Apóstol explica la razón, que aprendiera la obediencia por medio de aquellas cosas que padeció; “Y aunque era hijo, aprendió la obediencia por lo que padeció”. ¿Por qué habríamos, entonces, de librarnos nosotros de esa condición a la cual Cristo, nuestro ejemplo y modelo, tuvo que someterse por amor a nosotros? El Apóstol Pablo nos enseña que el destino de todos los hijos de Dios es el de ser conformados a su imagen. Cuando experimentamos estas penas y calamidades, tenemos el consuelo de ser participes de los sufrimientos de Cristo. A pesar por nuestras muchas tribulaciones, recordamos a aquel que franqueo u abismo de maldades y se elevo a la gloria del cielo.

3. Pablo nos dice si conocemos “la participación de sus padecimientos”, también entenderemos “el poder de su resurrección”, y la participación en su muerte., y además estaremos preparados para compartir su gloriosa resurrección. ¡Cuánto nos ayudan estos conceptos a sobrellevar el dolor de la cruz! Cuanto más seamos afligidos, por las adversidades, más será confirmada nuestra comunión con Cristo. Por medio de la comunión las contrariedades se convierten en bendiciones, y además son de gran ayuda para promover nuestra felicidad y salvación. Ver. (Mat. 16: 24; 3: 17; 17: 2; Heb. 5: 8; Rom. 8: 29; Hech. 14: 22; Fil. 3: 10)

LA CRUZ NOS HACE HUMILDES.

1. Nuestro Señor no fue obligado a llevar la cruz excepto para mostrar y probar la obediencia a su Padre. Pero hay muchas razones por las cuales nosotros debemos vivir bajo la continua influencia de la cruz. Primero, puesto que somos inclinados por naturaleza a atribuirlo todo a la carne, a menos que aprendamos lecciones de nuestra propia estupidez, nos formaríamos fácilmente una noción exagerada de nuestra fuerza, dando por sentado que, pase lo que pase, seguiríamos permaneciendo invencibles. Con esta clase de actitud nos henchiríamos como tontos con una confianza carnal y vana que nos llenaría de orgullo contra Dios, como si nuestro poder fuera suficiente y pudiésemos prescindir de su gracia. No hay ninguna forma mejor de reprimir esta vanidad que probando lo tontos que somos y lo frágil y vulnerables de nuestra naturaleza humana. En este caso, es necesario pasar por la experiencia de la aflicción. Por lo tanto Él nos aflige con humillación, la parte económica, perdida de seres queridos, enfermedad u otras calamidades. Algunas veces, al ser incapaces de sobrellevar estas cargas, pronto somos sepultados por ellas. Así, siendo humillados aprendemos a apelar a su fortaleza, que es lo único que puede hacernos estar de pie ante tal cantidad de aflicciones.

2. Aun los más grandes Santos, sabiendo que solamente pueden ser fuertes en la gracia del Señor, tienen un más profundo conocimiento de si mismos una vez que han pasado por las muchas pruebas y dificultades de la vida. El mismo David tuvo que decir. “En mi prosperidad dije yo; no seré jamás zarandeado”. Ver. (Sal. 30: 6) David confiesa que la prosperidad había nublado de tal manera los sentidos, que dejo de poner sus ojos en la gracia de Dios de la cual debería haber dependido continuamente. En lugar de ello creyó que podía andar en sus fuerzas y se imagino que no caería jamás.

3. Sí esto le ocurrió a este gran siervo de Dios. ¿Quién de nosotros no debería ser cuidadoso y temeroso? Si bien en medio de la prosperidad muchos santos se han congratulado con perseverancia y paciencia, cuando la adversidad quebró su resistencia vieron que se habían engañado así mismos. Advertidos de tales debilidades por tantas evidencias, los creyentes reciben una gran bendición por medio de la humillación. Despojaos así de su necia confianza en la carne, se refugian en la gracia de Dios, y una vez que lo han hecho, experimentan la cercanía y la comunión de la divina protección, que es para ellos una fortaleza inexpugnable.

LA CRUZ NOS HACE SER ESPERANZADOS.

1. A esto se refiere Pablo cuando dice en Romanos 5: 3-4: “Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, y al paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza”. Los cristianos experimentan por sí mismos que la promesa de Dios de ayudarles en sus tribulaciones es cierta, y así persisten en su paciencia, apoyados en la fortaleza del Señor, y no en sus propios medios. La paciencia, por lo tanto, hace que los santos puedan soportar sus pruebas, sabiendo que Dios les dará el auxilio que ha prometido en cualquier momento que lo necesiten. Esto también confirma sus esperanzas, pues los cristianos seriamos desagradecidos si no confiáramos nuestro futuro a Dios, a quien conocemos que es fiel e inmutable. Ahora vemos qué torrente inagotable de beneficios fluye desde la cruz. Si descartamos las falsas opiniones de nuestras propias virtudes y descubrimos la hipocresía que nos engaña con sus adulaciones, nuestro orgullo natural y pecaminoso se derribará. Una vez derribados, y para que no tropecemos o nos hundamos en nuestra desesperación, el Señor nos enseña a confiar exclusivamente en Él. De esta victoria reuniremos nuevas esperanzas, pues cuando el Señor cumple sus promesas, confirma su verdad para el futuro.

2. Aunque estas fueran las únicas razones, ya son suficientes para mostrarnos cuan necesarias son las aflicciones de la cruz. Ser arrebatados del amor a nuestro “ego” resulta sumamente provechoso, pues así nos damos cuenta de nuestra propia debilidad y, por lo tanto, dejamos de confiar en nosotros mismos para comenzar a poner toda nuestra confianza en Dios. Encomendándonos y dependiendo solamente del Señor, podemos perseverar victoriosamente hasta el fin, y continuar en su gracia, sabiendo que Él es fiel y verdadero en todas sus promesas. Así podemos experimentar la certeza de su palabra, de manera que nuestra esperanza se afiance cada vez más.

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